Chile es un país montañoso donde el 70% de la población se abastece del agua proveniente de las zonas cordilleranas. Los glaciares actúan como amortiguadores estacionales del caudal de los ríos durante los años secos, y su contribución hidrológica ha aumentado en las últimas décadas, sobre todo en un contexto de megasequía a nivel nacional desde hace 14 años.

En Chile, la minería amenaza a los glaciares. Al extraer minerales en áreas glaciares junto con remover tierra y rocas, se afecta la estabilidad glaciar y toda su dinámica, perjudicando en consecuencia, la estabilidad de los ecosistemas aguas abajo dependientes de ellos. 

La minería de rajo abierto emite polvo, que al posarse en glaciares reduce su capacidad para reflejar la luz solar (albedo), aumentando la temperatura y acelerando su derretimiento. Además, entre otras partículas, emite carbono negro  proveniente de la combustión incompleta de combustibles con carbono, el cual es un contaminante que afecta a la salud de las personas y los ecosistemas. Estas acciones, incluida la depositación de residuos mineros en glaciares, generan impactos ambientales a corto y largo plazo.

Las diferentes intervenciones sobre los glaciares, sobre todo la depositación de material estéril (residuos mineros), tienen varias consecuencias ambientales en el tiempo, que pueden incluir: contaminación de agua, degradación del permafrost y posible inestabilidad, remoción (completa o parcial) del glaciar, entre otros.

A pesar del alto valor ecológico de los glaciares, se ven expuestos a estos efectos de la minería y del cambio climático, teniendo como consecuencia la pérdida de masa glaciar. En cadena, esto afecta a todos quienes dependemos de su estado de conservación. De ahí proviene entonces, la urgente necesidad de su protección.